lunes, 20 de agosto de 2007

Lugar de Ranas

Enrique Espinoza Pinales



A fines de la década de los setenta finalizaba mis estudios de maestro normalista en la barroca ciudad de Guanajuato antiguo poblado de origen Otomí que literalmente se traduce como "lugar de ranas." y es mejor conocida por sus momias y por su monumento al Pípila. Inmediatamente después iniciaba estudios de artes plásticas y de ciencias sociales de manera simultánea en la Universidad y la Normal Superior. Fue una época en la que combinaba trabajo y estudio con un febril activismo político. Fuimos parte de una generación que asumió su rol como protagonistas sociales de manera prematura. Éramos adolescentes y ya soñábamos con transformar a la sociedad. En nuestra percepción el culpable de todas las injusticias era el sistema representado por el PRI y el gobierno, todas nuestras energías estaban encaminadas a destruir el sistema y la lucha electoral era inútil frente a un partido de estado. Nuestras ideas eran ingenuas y mesiánicas pero con un compromiso real. Herederos de la generación del 68 participamos en todos los movimientos sociales que se gestaban a nuestro alrededor. Como estudiante de la Universidad de Guanajuato participe en todas las huelgas de escuelas y facultades y en cada una de las batallas del sindicalismo independiente sin pensar en la posibilidad de las urnas como un frente de batalla mas. Trabajaba por las mañanas con hordas infantiles enseñando el alfabeto , por las tardes asistía a clases de pintura e historia del arte y por las noches diseñaba e imprimía carteles y volantes para la lucha sindical de los trabajadores de la Universidad y el magisterio.
A fines de la década de los ochenta fuimos testigos de la caída del muro de Berlín, en un clima de tormentas sociales se empezaron a desmoronar los paradigmas ideológicos que alimentaron nuestros impulsos juveniles. El centro de las reflexiones se trasladó del cielo a la tierra, muchos pasamos de un idealismo acendrado a una actitud pragmática y un feroz escepticismo. En 1988 el sistema político mexicano es derrotado en las urnas por la figura emblemática de Cárdenas el hijo del general y se consuma el gran fraude que coloca en el poder al personaje más siniestro de la historia reciente de nuestro país, hecho que profundizo la desconfianza hacia el sistema pero que a la vez generó todo un movimiento civil que coloco en la superficie al México profundo. A mí me toco vivir un cacho de esta historia en Guanajuato, primero como estudiante y después como maestro. En mis vivencias Guanajuato ocupa un lugar entrañable, es el lugar en donde inicie mi vida como ciudadano, en donde adquirí gran parte de mi formación intelectual, en donde se matizaron mis preferencias políticas y estéticas, en donde transité de la radical ortodoxia a las posiciones meditadas, en donde me atreví a escribir mis primeros versos, en donde expuse mis primeras obras de pintura y grabado. A dos décadas de distancia veo que el México que imaginamos en aquella época de idealismo romántico no corresponde con los sueños de entonces, porque nuestras ideas maniqueas reducían todo al blanco y el negro. Hoy junto con la nostalgia que me produce evocar los recuerdos me queda muy claro que los procesos de transformación social son mucho más complejos de lo que somos capaces de imaginar y que los acontecimientos pueden tomar rumbos inesperados y que las principales batallas se están librando en el terreno electoral. y el México plural y diverso en el que es posible que quepamos todos los mexicanos, el México justo y democrático apenas esta naciendo. Las elecciones del 2 de julio es solo una parte de este proceso. La democratización de la sociedad Méxicana no se agota en un proceso electoral ni compete exclusivamente a los partidos políticos, tiene que ver con complicados procesos sociales que se dan en todos los espacios de la vida cotidiana tanto a nivel individual como colectivo. Creo firmemente que en este proceso la cultura juega un papel fundamental y simple y llanamente no hay democracia si entre los ciudadanos no existe una cultura democrática una cultura de los deberes ciudadanos, una cultura que exprese quienes somos y cuales son nuestras aspiraciones, una cultura que valore y respete lo propio y lo ajeno, una cultura que promueva activamente el respeto a la pluralidad étnica y social, que permita la equidad de géneros, de grupos y sectores de la sociedad. Y como dijera Walt Wittman cuando los hombres sean libres la política será una canción.

La cultura y la construcción del futuro

Enrique Espinoza Pinales


Los cajemenses, en su mayoría somos hijos de emigrantes que llegaron siendo niños o nacieron aquí cuando esto era apenas un caserío polvoriento en medio de un páramo desolado lleno de matorrales y mezquites. Nuestros padres un día salieron de la tierra que los vio nacer buscando futuros promisorios.
La sierra y el viento los trajo en oleadas constantes durante las primeras décadas del siglo XX. Cajeme nacía junto con el siglo y todo estaba por construirse. A ellos les tocó poner los cimientos de una comunidad que se forjó con sudor y voluntad. Llegaron de todas partes de la geografía nacional y del extranjero. trayendo consigo el polvo de muchos caminos y muy pronto aprendieron a vivir en un medio marcado por la diversidad de orígenes y culturas frente al enorme reto de arrancarle a la naturaleza sus frutos en una lucha sin tregua ni descanso. Aquí formaron familias de prole numerosa, familias a las cuales pertenecemos.
Entre la primera generación de cajemenses a la que pertenecen nuestros padres y la segunda generación a la que pertenecemos nosotros, quienes hoy rondamos en la cuarta década de carrera existencial se dan diferencias notables. Ellos se formaron en el seno de familias patriarcales en las que el máximo valor era el trabajo y la transmisión de conocimientos y actitudes se daba en función de la dura y difícil tarea de sobrevivir, la palabra de los mayores era ley incuestionable.
Su infancia transcurrió en comunidades rurales sin energía eléctrica y sin imaginar que los aparatos parlantes como la televisión y el teléfono iban a invadir todos los espacios de la vida cotidiana y sustituir de manera definitiva y para siempre las charlas colectivas en el ambiente pueblerino. Para nuestros padres platicar de apariciones y hechos misteriosos era algo frecuente y creíble. Muchos de ellos provienen de historias rulfescas e incluso pudieron ser hijos verdaderos de Pedro Páramo.
Para quienes nacimos a fines de los años cincuenta o principios de los sesenta, cuando Ciudad Obregón era una comunidad de alrededor de ciento catorce mil habitantes, la luz eléctrica ya había desterrado a todos los fantasmas.
Tiempos aquellos cuando las casas tenían patios amplios y la chiquillada se congregaba a ejercitar la palabra, el cuerpo y la imaginación. Nosotros fuimos testigos de cómo la modernidad jaloneaba al pueblo grande de entonces y entre juegos y correrías la ciudad se desparramaba y el paisaje se transformaba apareciendo pasos a desnivel, silos monumentales, edificios de más de un piso, y finalmente cuando nuestra infancia casi terminaba llega el televisor con sus historias maniqueas de apaches y vaqueros, de policías y bandidos de la incipiente industria holywodense. Cuando los viejos caserones se desmoronaban y nuestros abuelos ya no tenían historias que contar lo real maravilloso desaparecía de la vida y se instalaba en la literatura.
A diferencia de nuestros padres, que su imperativo fue forjarse un destino desde muy pequeños a través del trabajo, nuestra generación tuvo la posibilidad de adquirir un oficio o formarse profesionalmente en las aulas, cuando estudiar una carrera universitaria era casi una garantía de incorporación inmediata a la vida laboral.
Nuestros padres llegaron a este lugar para quedarse y muchos de nosotros tuvimos que irnos para comprobar la redondez de la tierra por que siempre sospechamos que había algo más que desiertos incandescentes y tardes maravillosas.
Nosotros podemos contrastar a tres generaciones, es decir la de nuestros padres, la nuestra y la de nuestros hijos que hoy inician su primera juventud en una comunidad que sigue siendo nueva a pesar de sus casi ochenta años como municipio y sus cerca de medio millón de habitantes.
A partir de esta fugaz revisión del breve pasado de nuestra matria me planteo una serie de interrogantes:
¿Cómo será nuestra ciudad y nuestro municipio dentro de dos décadas, cuando nuestros hijos tengan la edad que hoy tenemos nosotros?
¿Cómo queremos que sea la casa común de todos los cajemenses?
Como ciudadanos y miembros de una comunidad ¿realmente tenemos la capacidad para influir en la construcción del futuro?
¿Qué papel puede jugar la cultura en este proceso?
Sin pretender tener las respuestas definitivas, creo que es un imperativo de nuestro momento y de nuestra generación, reconocernos y valorarnos en las raíces y los procesos históricos que han forjado la comunidad local, regional y nacional. Nuestra historia como comunidad es muy breve y carecer de una memoria histórica nos limita para visualizar y construir el futuro.
Para construir el futuro es necesario contar con una clara visión de futuro y una firme voluntad de cambio sustentado en una imagen autentica de nosotros mismos.
Estoy convencido que la cultura debe jugar un papel fundamental, ya que es parte de un proyecto de sociedad integral, pero la cultura entendida como algo vivo, que se asume como un eje integrador de la vida social, que le da forma y sentido a la existencia y se expresa en las formas de ser, sentir y pensar tanto en el plano individual como en lo colectivo, posibilitando la construcción de nuestra identidad, elemento clave para proyectar y trabajar por la sociedad que queremos los cajemenses.

sábado, 18 de agosto de 2007

ROSARIO

Enrique Espinoza Pinales


Los recuerdos suelen ser persistentes, aunque nunca lleguen cuando uno los llama. Más bien tienen la mala costumbre de ser inoportunos.

Por lo pronto seguiré siendo testigo incomodo de mi propia historia.

Creo que la poesía siempre me ha hecho falta, aunque a veces sienta temor de hacerla mía.
La poesía es como Rosario, mujer esencial en mi vida, simplemente no me concibo sin ella. Desde la adolescencia nos subimos a la misma tranvía a compartir la misma ruta, muchas paradas y el mismo destino. Desde entonces hemos diseñado sueños de diferentes colores y tamaños, hemos sido coprotagonistas de una misma historia atravesada de múltiples contradicciones, llena de tropiezos pero con momentos extraordinariamente luminosos. No solo hemos sido compañeros de viaje, hemos sido buenos amigos y malos enemigos, hemos aprendido a ser amantes y a despojarnos de antifaces y vestiduras. Algunas veces hemos sido cómplices afortunados de aventuras suicidas dignas de ser contadas a unos nietos que aún no existen.
De Rosario puedo decir que su mirada la delata, que nunca calla nada y que la amo de diferentes formas. A veces es un sentimiento loco e irreverente, a veces es un amor quieto y silencioso. Disfruto del enorme placer de sentirla mía en esa posesión tan absurdamente egoísta que experimentamos todos los seres humanos. A veces nuestro amor nos duele, sobre todo cuando los fantasmas visitan nuestra casa.
Cuando niño aprendí a enmudecer y a no compartir mi asombro con nadie más que conmigo mismo. Siempre había algún rincón de la casa en donde acariciar las palabras y los sueños. Confieso que las palabras en voz alta me atemorizaban pero las palabras no dichas, las palabras sin sonido las amaba. Era como una ostra. Disfrutaba el silencio y la soledad.
Rosario lo sabe y a tratado de ponerle pesos a la balanza, para que la poesía deje de ser una rival y se convierta en una compañera de este viaje que es la vida. Para que no solo sea voz de catarsis en la oscuridad, que se dé el dialogo con uno mismo y con los demás, que se dé además de la introversión también la comunión.
Rosario tiene la increíble facultad de mirarme con los ojos que nadie es capaz de mirarme, su mirada me desnuda, me pone frente al espejo con las entrañas de fuera. En la mirada de Rosario hay un hombre envuelto en sus debilidades y angustias, con toda su capacidad de amar y desamar, con sus momentos afortunados y sus grandes desaciertos, que así como puede construir también tiene la capacidad de destruir. En la mirada de Rosario esta el personaje que se aferra a su condición de artista, tercamente atrincherado en el mutismo y la soledad.
Rosario es como la poesía que insiste en ver de frente a la realidad, que no rinde culto a las bonituras de la existencia, que no cae en el simple juego de las palabras. Rosario tiene la vitalidad de la voz poética que me hace entender que la única opción para los artistas es ser radicalmente honestos, primero con uno mismo y luego con los demás.

Enrique Espinoza Pinales

ENRIQUE ESPINOZA PINALES (n. 1958)

Originario de ciudad Obregón, es Maestro Normalista con estudios de Artes Plásticas en la Universidad de Guanajuato y la maestría en Artes Visuales en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM entre 1993 y 1994.
Realizó un curso para profesionales del grabado con el maestro Alfredo Zalce en el año de 1987 y ha participado en más de 20 exposiciones colectivas de grabado tanto en el país como en el extranjero y cerca de diez exposiciones individuales en diferentes galerías e instituciones de educación superior en la entidad.
Ha sido docente de historia del arte y grabado en Artes Visuales del ITSON y en la carrera de Artes Plásticas de la UNISON. Fue Director de Cultura en la Administración Municipal 1997-2000 y actualmente es Director Artístico-Educativo de Casa Rosalva.

OBRA GRAFICA