lunes, 20 de agosto de 2007

La cultura y la construcción del futuro

Enrique Espinoza Pinales


Los cajemenses, en su mayoría somos hijos de emigrantes que llegaron siendo niños o nacieron aquí cuando esto era apenas un caserío polvoriento en medio de un páramo desolado lleno de matorrales y mezquites. Nuestros padres un día salieron de la tierra que los vio nacer buscando futuros promisorios.
La sierra y el viento los trajo en oleadas constantes durante las primeras décadas del siglo XX. Cajeme nacía junto con el siglo y todo estaba por construirse. A ellos les tocó poner los cimientos de una comunidad que se forjó con sudor y voluntad. Llegaron de todas partes de la geografía nacional y del extranjero. trayendo consigo el polvo de muchos caminos y muy pronto aprendieron a vivir en un medio marcado por la diversidad de orígenes y culturas frente al enorme reto de arrancarle a la naturaleza sus frutos en una lucha sin tregua ni descanso. Aquí formaron familias de prole numerosa, familias a las cuales pertenecemos.
Entre la primera generación de cajemenses a la que pertenecen nuestros padres y la segunda generación a la que pertenecemos nosotros, quienes hoy rondamos en la cuarta década de carrera existencial se dan diferencias notables. Ellos se formaron en el seno de familias patriarcales en las que el máximo valor era el trabajo y la transmisión de conocimientos y actitudes se daba en función de la dura y difícil tarea de sobrevivir, la palabra de los mayores era ley incuestionable.
Su infancia transcurrió en comunidades rurales sin energía eléctrica y sin imaginar que los aparatos parlantes como la televisión y el teléfono iban a invadir todos los espacios de la vida cotidiana y sustituir de manera definitiva y para siempre las charlas colectivas en el ambiente pueblerino. Para nuestros padres platicar de apariciones y hechos misteriosos era algo frecuente y creíble. Muchos de ellos provienen de historias rulfescas e incluso pudieron ser hijos verdaderos de Pedro Páramo.
Para quienes nacimos a fines de los años cincuenta o principios de los sesenta, cuando Ciudad Obregón era una comunidad de alrededor de ciento catorce mil habitantes, la luz eléctrica ya había desterrado a todos los fantasmas.
Tiempos aquellos cuando las casas tenían patios amplios y la chiquillada se congregaba a ejercitar la palabra, el cuerpo y la imaginación. Nosotros fuimos testigos de cómo la modernidad jaloneaba al pueblo grande de entonces y entre juegos y correrías la ciudad se desparramaba y el paisaje se transformaba apareciendo pasos a desnivel, silos monumentales, edificios de más de un piso, y finalmente cuando nuestra infancia casi terminaba llega el televisor con sus historias maniqueas de apaches y vaqueros, de policías y bandidos de la incipiente industria holywodense. Cuando los viejos caserones se desmoronaban y nuestros abuelos ya no tenían historias que contar lo real maravilloso desaparecía de la vida y se instalaba en la literatura.
A diferencia de nuestros padres, que su imperativo fue forjarse un destino desde muy pequeños a través del trabajo, nuestra generación tuvo la posibilidad de adquirir un oficio o formarse profesionalmente en las aulas, cuando estudiar una carrera universitaria era casi una garantía de incorporación inmediata a la vida laboral.
Nuestros padres llegaron a este lugar para quedarse y muchos de nosotros tuvimos que irnos para comprobar la redondez de la tierra por que siempre sospechamos que había algo más que desiertos incandescentes y tardes maravillosas.
Nosotros podemos contrastar a tres generaciones, es decir la de nuestros padres, la nuestra y la de nuestros hijos que hoy inician su primera juventud en una comunidad que sigue siendo nueva a pesar de sus casi ochenta años como municipio y sus cerca de medio millón de habitantes.
A partir de esta fugaz revisión del breve pasado de nuestra matria me planteo una serie de interrogantes:
¿Cómo será nuestra ciudad y nuestro municipio dentro de dos décadas, cuando nuestros hijos tengan la edad que hoy tenemos nosotros?
¿Cómo queremos que sea la casa común de todos los cajemenses?
Como ciudadanos y miembros de una comunidad ¿realmente tenemos la capacidad para influir en la construcción del futuro?
¿Qué papel puede jugar la cultura en este proceso?
Sin pretender tener las respuestas definitivas, creo que es un imperativo de nuestro momento y de nuestra generación, reconocernos y valorarnos en las raíces y los procesos históricos que han forjado la comunidad local, regional y nacional. Nuestra historia como comunidad es muy breve y carecer de una memoria histórica nos limita para visualizar y construir el futuro.
Para construir el futuro es necesario contar con una clara visión de futuro y una firme voluntad de cambio sustentado en una imagen autentica de nosotros mismos.
Estoy convencido que la cultura debe jugar un papel fundamental, ya que es parte de un proyecto de sociedad integral, pero la cultura entendida como algo vivo, que se asume como un eje integrador de la vida social, que le da forma y sentido a la existencia y se expresa en las formas de ser, sentir y pensar tanto en el plano individual como en lo colectivo, posibilitando la construcción de nuestra identidad, elemento clave para proyectar y trabajar por la sociedad que queremos los cajemenses.

1 comentario:

Perla jimenez dijo...

Hola Enrique, yo no naci en cajeme, pero he aprendido ha querer a esta tierra ardiente y a su gente. Hace dias comentando con un tocayo tuyo- Vidal- comentabamos que los niños son el publico del futuro,pero nadie ama lo que no conoce, por eso es importante que los niños contacten con el mundo de la cultura y las artes, no solo como simples espectadores, sino tambien como "hacedores" de cultura y artes, habra que trabajar. Un abrazo para ti y para Rosario. Perla Jimenes.