sábado, 18 de agosto de 2007

ROSARIO

Enrique Espinoza Pinales


Los recuerdos suelen ser persistentes, aunque nunca lleguen cuando uno los llama. Más bien tienen la mala costumbre de ser inoportunos.

Por lo pronto seguiré siendo testigo incomodo de mi propia historia.

Creo que la poesía siempre me ha hecho falta, aunque a veces sienta temor de hacerla mía.
La poesía es como Rosario, mujer esencial en mi vida, simplemente no me concibo sin ella. Desde la adolescencia nos subimos a la misma tranvía a compartir la misma ruta, muchas paradas y el mismo destino. Desde entonces hemos diseñado sueños de diferentes colores y tamaños, hemos sido coprotagonistas de una misma historia atravesada de múltiples contradicciones, llena de tropiezos pero con momentos extraordinariamente luminosos. No solo hemos sido compañeros de viaje, hemos sido buenos amigos y malos enemigos, hemos aprendido a ser amantes y a despojarnos de antifaces y vestiduras. Algunas veces hemos sido cómplices afortunados de aventuras suicidas dignas de ser contadas a unos nietos que aún no existen.
De Rosario puedo decir que su mirada la delata, que nunca calla nada y que la amo de diferentes formas. A veces es un sentimiento loco e irreverente, a veces es un amor quieto y silencioso. Disfruto del enorme placer de sentirla mía en esa posesión tan absurdamente egoísta que experimentamos todos los seres humanos. A veces nuestro amor nos duele, sobre todo cuando los fantasmas visitan nuestra casa.
Cuando niño aprendí a enmudecer y a no compartir mi asombro con nadie más que conmigo mismo. Siempre había algún rincón de la casa en donde acariciar las palabras y los sueños. Confieso que las palabras en voz alta me atemorizaban pero las palabras no dichas, las palabras sin sonido las amaba. Era como una ostra. Disfrutaba el silencio y la soledad.
Rosario lo sabe y a tratado de ponerle pesos a la balanza, para que la poesía deje de ser una rival y se convierta en una compañera de este viaje que es la vida. Para que no solo sea voz de catarsis en la oscuridad, que se dé el dialogo con uno mismo y con los demás, que se dé además de la introversión también la comunión.
Rosario tiene la increíble facultad de mirarme con los ojos que nadie es capaz de mirarme, su mirada me desnuda, me pone frente al espejo con las entrañas de fuera. En la mirada de Rosario hay un hombre envuelto en sus debilidades y angustias, con toda su capacidad de amar y desamar, con sus momentos afortunados y sus grandes desaciertos, que así como puede construir también tiene la capacidad de destruir. En la mirada de Rosario esta el personaje que se aferra a su condición de artista, tercamente atrincherado en el mutismo y la soledad.
Rosario es como la poesía que insiste en ver de frente a la realidad, que no rinde culto a las bonituras de la existencia, que no cae en el simple juego de las palabras. Rosario tiene la vitalidad de la voz poética que me hace entender que la única opción para los artistas es ser radicalmente honestos, primero con uno mismo y luego con los demás.

1 comentario:

maria dijo...

para mi, las palabras mas hermosas, escritas poeticamente, para una persona en particular, es sensillamente lo mas inspirador que he leido en mucho tiempo. felicidades..
Maria Romo Anaya..